Mis relatos seleccionados

                                                                       Un abogado de bien

Tal vez hubiera sido un pleito fuera de lo común. Sin embargo a Alfredo Velasco lo que más le importaba no era la posible comisión millonaria; sino el privilegio de convertirse en un abogado de bien. Recordó las palabras de su padre “Lo importante es juzgar a las personas por lo que son, no por lo que aparentan”. Quizás esa fue la clave que le descifró que aquel tipo no era trigo limpio. Terminó su menú de ocho euros que con gran cortesía y mano estrecha hubo pagado su cliente; y se marchó con un aire reflexivo. Frente a la hoguera del comedor sopeso la consciencia y el dinero, y decidió que su carrera como abogado había llegado a su fin. Alfredo Velasco había nacido para ser juez.



La delatora


Su mujer se encontraba sentada en el banquillo, con el recibo original de la factura del hotel dónde se hospedo su marido en un viaje de negocios. Seguía sin creer que por una gaseosa le hubieran cargado cincuenta euros en su cuenta, pero esa no era la cuestión por la que no quería llegar a un pacto. El letrado se dirigió a la esposa de aquel hombre que aguardaba avergonzado su mirada, y sugirió: Señora si usted ya ha aclarado que su marido no consumió gaseosa, sino vino tinto, y sin embargo decidió ocultárselo a usted para evitar un sermón sobre su salud; ¿porqué sigue usted interesada en continuar con el juicio? A lo que la mujer respondió: Porque mi marido solo toma vino antes de hacer el amor.