Dile..

















Dile…
Dile que me enamoré del viento
Que me deje envolver por su brisa
Acunada por su ausencia,
Conteniendo una lágrima
Victima de su esencia…



Dile…
Dile que le ofrecí su nombre
Para que lo llevara lejos
Al país del olvido
Donde los sueños no tienen dueño
Donde amarlo jamás me sea permitido


Dile…
Dile que me quedé esperando
A la orilla del recuerdo
Para que se fuera lejos
Para no quererle tanto
Para no ansiar sus besos…


Pero no le digas..
Que te lo conté entre lágrimas
Y que su nombre tiembla en el borde de mi boca
Que busco sus besos en amores ciegos
Y son otras pieles las que me arropan


Porque son sus labios los que me matan
Su voz la que me encarcela
Y aunque tenga solo una vida entera
Seguiría a la orilla del recuerdo
A que vuelvan sus besos
A que me prometa el mundo a su vera


Dile..
Dile que es él el que me enamora.
 
 

HALLOBLOGWEEN...

Cuando ella abrió los ojos, no lo hizo en su cama. Sofía amaneció dentro de una tétrica oscuridad que la engullía, y el silencio era tan ensordecedor que sus tímpanos tan solo apreciaban un silbido punzante, como si un detonante fuera a explotar de un momento a otro. Horrorizada comprobó como no era capaz de mover un solo músculo del cuerpo, tan solo sus ojos se movían inquietos alrededor de sus órbitas. De repente algo centelleó en la tenebrosidad de esa negrura, y unos ojos maliciosos le devolvieron la mirada con un brillo espeluznante. Luego una ola de aire gélido recorrió sus extremidades, y una voz le susurró al oído desde una perspectiva que ella no esperaba. “No saldrás de esta, no despiertes nunca”. Como si la hubieran lanzado desde un precipicio Sofía despertó empapada en un sudor más frío que el hielo, y alentada comprobó como podía mover los dedos, las manos, los pies.. Corriendo se dirigió al lavabo para hundir su rostro en agua fría y deshacer el mal sabor de boca que le hubo dejado esa pesadilla, pero cuando levantó la cabeza para mirarse en el espejo, no vio más que la pared a sus espaldas con un garabato rojo carmesí que decía. “Te dije que no saldrías de esta”

El mar de la verdad

De pronto, se vio sumergida en un bosque, cuyos árboles eran tan altos y frondosos que apenas dejaban entrar la luz del sol, cuyas sombras escapaban más allá del horizonte. Caminaba descalza, sin rumbo. Sus pies heridos en cada paso, notando cada una de las piedras, y pequeñas ramas astillando su piel. Guiada hacia un sendero sin fin encontró animales sin rostro, que maullaban angustia, que torcían su camino. Y cuándo el dolor era insoportable, y la oscuridad ya no le dejaba ver, una pequeña luz destelló en su interior, y sus pasos retrocedieron porqué presintió que ése no era su camino. Agotada se arrellanó en un suelo frío y húmedo; corría una brisa cálida, silente. Y al levantar la cabeza se encontró frente a un mar de aguas mansas y melodiosas; con cada vaivén las olas le besaban los pies, curando sus heridas. El sol brillaba en lo más alto, y espejeaba sobre las aguas, entonces se deslumbró y atisbó la realidad.. Fue en ese instante cuándo despertó, empapada en un sudor frío que la arropaba más que las caricias de aquel hombre que ya no conocía. Recordó la suavidad del mar, las caricias incondicionales, la paz.. y en ese momento, decidió ser dueña de su vida. Decidió ser libre.

¿Y si algún día vuelves?

Y en un rincón de mi alma,


Guardo el secreto de tus besos,

El aroma de tu piel,

Guiando mis memorias

Hacia un cuento sin fin…



El roce de tus palabras

Que culpables disculpaban

Que no sería dueña de esos labios,

Que susurran el cariño, que anhelan el calor…



Guardo ese abrazo prohibido,

Esa mirada que penetra,

Un gesto de culpa en las caricias

Que un día fueron mías,

Y nunca más volvieron a mi…



Y aunque no despierte,

Con el sol de tu mirada,

Amaneceré con la esperanza,

De alcanzar tu valentía y,

Enfrentarme con tu cuerpo,

Porque solo tú me inspiras,

Solo tú me mereces,

Solo tuya quiero ser…



Y si algún día vuelves,

Te dejaré volar conmigo

Donde todo es posible,

Donde siempre guardé un lugar para ti.

¿Y si algún día vuelves…?

Pétalos al viento


Aún conservo la última flor que él me regaló... Y su amor se ha perdido antes de que ella pierda sus coloridos pétalos de seda. Intento deshacerme de su presencia y lentamente arranco mi triste recuerdo al compás de ¿me quiere, no me quiere? Que duro no aceptar la realidad; uno más ¿me ..quiere? ¿no...me quiere? Suena tan rotundo que no gozo desprender a esa dulce flor de sus memorias para lanzarlas al viento. Otro más, ya casi no quedan pétalos y presiento la respuesta, solo dos más ¿me quiere?.. ¿Sabes que te digo? Que una flor con un pétalo sigue siendo bonita; tanto como creer que él aún me ama..

Las yeguas de Pedro

Las yeguas de Pedro




Me costó lo suyo entender a la prima Rocío cuando en las carreras de caballos me llamaba ingenua. De hecho, se trataba de una palabra nueva para mí, igual que embelesada; aunque esta última sonaba más dulce y melódica. Me decía que yo era muy joven, que ella ya sabía de los mozos que montaban los caballos, unos machistas y arrogantes, y que no era a la única a la que miraban las rodillas asomándose bajo la faldilla y haciendo “ fiu-fiu” con los labios.

Pensé que la prima Rocío era una envidiosa, porque de ella se burlaban por sus carnes desbordadas y el pelo de color zanahoria. Yo, embelesada, como diría ella, no faltaba ningún domingo a ver a mi Pedro cuando atizaba a su yegua y corre que corre atravesaba el primero la meta para lanzarme un guiño desde la victoria. ¿Ingenua?, ¡ja!; envidia, bonita, que no te comes un rosco y me llevo al jinete ganador. Esto no se lo dije, pero me lo leyó en los ojos y meneo la cabeza al tiempo que volaban sus trenzas rojizas.

Nimbada por halagos más dulces que el algodón de azúcar, acepté la propuesta de matrimonio de mi Pedro. Y loca de alegría se lo conté a la prima, que con los ojos más abiertos que una lechuza me repitió lo de que era una ingenua, y que a Pedro no le gustaba montar siempre la misma yegua. Luego guiño un ojo, y yo le contesté que no me importaba, que a mí me gustaba hacer ganchillo y que cada cuál tenía su entretenimiento. Ella resopló, como si pensara que era tonta; y no hizo falta que volviera a decir la palabrita, pues ya deduje que me quería llamar eso otra vez.

Pasaron los meses y me casé de blanco con mi Pedro, nos llevaron en carruaje de caballos negros, y venga arroz y arroz; y muchos ¡que se besen los novios! La primera noche tenía que ser especial y así se lo hice saber a mi Pedro. Aunque creo que no me entendió bien, ya que no paraba de decirme que ya había montado más yeguas. Yo le respondía que no hablábamos de caballos, y él me sorprendió cuando de repente me llamó ingenua.



Pasaron los años y mi Pedro ya no era el mismo jinete de antes, ya no me miraba las rodillas ni me hacia “fiu-fiu” con los labios cuando salía de la ducha. Un día decidí seguirlo porque, harta de escuchar siempre la misma palabra, la busqué en un diccionario y entonces entendí lo que significaba. Y entonces todo tuvo sentido. ¿Qué yo era tonta? No hubiera hecho falta ir tras él para descubrir lo que estaba pasando, lo deduje mucho antes de que mis ojos avistaran la horrorosa escena. Mi Pedro encaramado a las rebanadas de carne de mi prima Rocío y “muaks-muaks” exagerados que me hicieron gritar obligándolos casi a caer de culo:

—¡Panda de sinvergüenzas! ¿Qué creíais, que nunca os pillaría? Como me volváis a llamar ingenua, a ti, Rocío, te corto las trenzas y tú, Pedro, te quedas sin yegua.

Mi primer y único poema seleccionado










Besos de nácar






Déjame cubrirte, amor,

De besos nacarados

Que hoy mi piel sea tu amparo,

Tus manos el agua pura,

Que calme el ardor de mis entrañas

Al verte y no tocarte,

Al perderte en la lejanía.



Déjame robarte, amor,

Un beso eterno de tus labios,

Mil arrumacos desmedidos

Un bocado de tu boca

Con un guiño en tu mirada.



Deja que me funda, amor,

En el fuego de tus ojos

Que me bañen tus caricias

Y me mate tu deseo

Que te hundas en mis adentros

Y mi cuerpo se haga tuyo.



Deja que te sueñe, amor,

Deja que enloquezca.

Mis relatos seleccionados

                                                                       Un abogado de bien

Tal vez hubiera sido un pleito fuera de lo común. Sin embargo a Alfredo Velasco lo que más le importaba no era la posible comisión millonaria; sino el privilegio de convertirse en un abogado de bien. Recordó las palabras de su padre “Lo importante es juzgar a las personas por lo que son, no por lo que aparentan”. Quizás esa fue la clave que le descifró que aquel tipo no era trigo limpio. Terminó su menú de ocho euros que con gran cortesía y mano estrecha hubo pagado su cliente; y se marchó con un aire reflexivo. Frente a la hoguera del comedor sopeso la consciencia y el dinero, y decidió que su carrera como abogado había llegado a su fin. Alfredo Velasco había nacido para ser juez.



La delatora


Su mujer se encontraba sentada en el banquillo, con el recibo original de la factura del hotel dónde se hospedo su marido en un viaje de negocios. Seguía sin creer que por una gaseosa le hubieran cargado cincuenta euros en su cuenta, pero esa no era la cuestión por la que no quería llegar a un pacto. El letrado se dirigió a la esposa de aquel hombre que aguardaba avergonzado su mirada, y sugirió: Señora si usted ya ha aclarado que su marido no consumió gaseosa, sino vino tinto, y sin embargo decidió ocultárselo a usted para evitar un sermón sobre su salud; ¿porqué sigue usted interesada en continuar con el juicio? A lo que la mujer respondió: Porque mi marido solo toma vino antes de hacer el amor.

Mi microrrelato seleccionado

Arturo Garrido



Apagó el último cirio con un suspiro de agria melancolía y los ojos vidriosos. Abarcó con la mirada rota todos los años de oficio, con los que a base de esfuerzo levantó aquel negocio. Turnos de día, y de noche; mil preocupaciones para sacar adelante a su familia y montones de facturas por pagar. Sin embargo, había nacido para eso, toda una vida fabricando velas de la suerte, ignorando lujos y caprichos ostentosos por los que sus hijos soñaban. Arturo Garrido notó como la pena le ahogaba al cerrar definitivamente el taller, y hundiendo la mano en el bolsillo volvió admirar el boleto ganador, y se preguntó: ¿quién dijo que el dinero daba lafelicidad?.